viernes, 14 de agosto de 2009

ALBERTO, EL HECHICERO DE MI PUEBLO

Nos dejo huérfano, la muerte del Absoged Alberto Arias, personaje real kuna de la inspiración de mi segundo libro, Absoged: La ruta del conocimiento. El absoged (chaman, brujo, hechicero, exorcista para que nos entendamos), Albertino Arias murió a los 80 años aproximadamente. Vivió capturando a los espíritus del mal y liberando al espíritu del bien. Además de absoged, fue medico botánico, conocía los secretos de la Madre Tierra y fue tambien Saila de su comunidad.

Hice una buena amistad con el absoged. Llegaba ritualmente en la mañana a mi casa, en Kuna Yala. Era tío del esposo de una prima hermana. Siempre uso abalorios rojos en el cuello y su rostro pintado de rojo achiote. Es para ahuyentar a las energías negativas que fluyen en nuestro mundo, que hace daño, decía.

Tenía una mirada conspiradora como buen exorcista. Escueto al hablar como buen sabio. Profundo en sus análisis sociales y experto en cantos terapéuticos.

Una de las cosas impresionantes que marcó mi vida de kuna y sociólogo, fue su capacidad retentiva de hechos y casos y su agudeza en la reflexión. Una vez me dijo: Mire mi hijo. Vienen grandes catástrofes y el agua se va acabar. Acabaremos con la naturaleza y no la naturaleza a nosotros.

Se hizo amigo y yo lo esperaba todas las mañanas. Nunca me senté con
él, con una grabadora en la mano para inmortalizar su palabra. Ni me senté con una libreta para escribir desesperadamente la sabiduría que emanaba de su corazón. No se dejó tomar fotos de mí, decía, cuidado: Machi mer dotogo, me roba mi espíritu.

Solo escuché y sentí. El gozaba narrándome historias y su vida, como alguien que cuenta al amigo, susurrando, los secretos de la vida y los entretejidos del mundo kuna oculto y visible. Este mundo sagrado kuna que se acaba y se acabó una parte de esta historia con la muerte del absoged. Como decía un sabio africano: “cada vez que muere un sabio indígena se quema una biblioteca”.

El absoged Alberto, le encantaba hacerme caer en la trampa, haciéndome preguntas capciosas. Jugaba y dominaba la fuerza de la palabra y del canto.

Apenas terminaba de conversar con él, iba a mi cuarto escribía y escribía. Tomaba mi grabadora y para que no se me escapara ni una sola coma de la sabiduría de Alberto.

Abuelo Alberto, desde los rincones del cielo kuna, rodeado de grandes ríos y lagos, en tu casa que Paba-Nana te tienen reservada, vives con nosotros para siempre. Espéranos abuelo hechicero para volver a jugar con la palabra y me digas un dia: bienvenido a mi casa.

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