Hoy tuve un sueño. Soñé con un lago inmenso y ancho. Miles de cayucos con hombres y mujeres venían bajando. Las mujeres danzaban y los hombres cantaban. Los niños y niñas alzaban las manos al cielo esperando caer la lluvia. Se expresaban en un idioma extraño, sí extraño... Al menos para mí. Una anciana, de rostro guerrero, con una mirada matriarcal, me dijo: “Canta con nosotros, te llenaras de sabiduría. Ese canto da vida y la danza dignifica tus sentidos. El gran miedo que tienen los que nos rechazan es que nos organizemos. Y sobretodo que empecemos a plantar Semilla. Todos estamos en su mira. Y no pararán hasta acabarnos y quitarnos el bastón. El Nele, nuestro intérprete lo augura, así que los invito a danzar y preparar achiote y el cacao”.
Las nubes fueron descendiendo hasta posarse encima de la gente. De repente, unos copos de algodón cayeron de arriba. Estos eran de diferentes colores. El anciano, con aquellos ojos de sabiduría, se acordó cuando se paró frente al árbol de cedro en busca del bastón. Repitió suavemente palabras-fuerza: -“Los dioses y diosas kuna te han destinado a ser compañero de nuestro pueblo. Acompañarás y lo defenderás de las invasiones, desastres, usurpaciones y expropiaciones. Cuidarás sus ríos, sus riquezas y la comunitariedad. Solicito permiso gran Padre, pido permiso gran Madre para que desde la identidad, el hermano árbol sirva para congregar a la comunidad y aplique la ley con justicia y mejore la calidad de vida”.
Ese era el bastón de caoba, madera fina. El bastón unía, y fortalecía las capacidades comunitarias y el empoderamiento. Era fuerza, impulso dispuesto a combatir contra los que dominan, asesinan y masacran física y espiritualmente.
Una mujer con mirada firme, me llevó donde estaban los hombres de diversos colores, sedientos de poder. Querían robar el bastón del anciano guerrero. Estaban desesperados. Sus ojos brillaban odio, resentimiento, y tenían marcas, de figuras de muerte y cuatro brazos unidos entre sí. De repente, alguien disparó, e hirió con su arcabuz, al anciano guerrero. El anciano, se mantuvo malherido y moribundo. El abuelo abrazo el bastón y lo puso en su pecho ya exánime. Murió, con la sonrisa de haber cumplido su misión. El anciano quedó tirado en el río suspirando, recordando internamente sus lugares más íntimos: el río y los cerros donde sembró, cosechó y celebró sus ceremonias. Sus ojos se tornaron rojizos y escudriñó las tinieblas con un suspiro de resignación, pero satisfecho de haber salvado su comunidad y el bastón.
Entre mis sueños, me identifiqué con ellos para sentir, la fuerza y la esperanza. Los comuneros, con sus amuletos, en pequeños grupos, como estaba estipulado, huyeron para organizarse mejor. Los hombres blancos, amarillos no pudieron apropiarse del bastón. Su objetivo era detener a los sabios, sabias, ancianos y ancianas y finalmente su cayado para neutralizar y desmoralizar a la comunidad.
Una niña vestida de negra y con un collar de piedras blancas, salió entre las selvas, agarró el bastón y penetró la selva, cruzó veredas, ríos y montañas, con aquel legado sagrado y al final llego a un lugar lo depositó en una gran tina hecha de tierra.
A las cinco de la mañana el ruido de los carros me despertó y quede intrigado y oí una voz que me decía: “que tu camino lo construya tu pensamiento y tu pensamiento guie tus pasos para luchar con actitud centinela y no esperar de brazos cruzados”.
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